
Las drogas habían dejado de hacer efecto en él. Lo que antes le había aliviado, ahora estaba empezando a matarle; y ese dolor físico no era ni de lejos lo suficientemente fuerte para enterrar el psicológico. Ian se asomó al mirador del ático mientras encendía un cigarro que colaboraría a la destrucción de sus pulmones, pero le daba igual. Entre calada y calada, pensaba en cómo la echaba de menos, a ella, a la que era y sería el amor de su vida. Casi prefería que hubiese muerto ya, era mejor que verla cuatro horas al día (dos por la mañana y dos por la tarde) conectada a una máquina que parecía únicamente hacer ruido. Estaba harto de eso, quería que los médicos encontraran por fin un tratamiento que la hiciera volver a vivir una vida o que se muriera, porque sólo así ella dejaría de sufrir como lo hacía. Añoraba su sonrisa, que se contagiaba a todos los que la estuvieran mirando, y su risa, que hacía feliz a cualquiera mientras sonara. Ahora ella sólo sonreía tristemente cuando Ian entraba a la habitación del hospital y cuando decía, casi sin voz, algún ''estoy bien'' que era imposible de creer.
Ian apagó lo que quedaba del cigarro y bajó a por su abrigo; eran las cuatro, la hora de ir a verla y decirla, como cada día, lo mucho que la quería. Por si esa era la última vez.
Y después de leer esto... hay palabras?
ResponderEliminarPuffff, demoledor.
ResponderEliminarMuy triste, a veces la esperanza es un calvario.
ResponderEliminarPero la historia es muy hermosa^^
Que se quedara con ella y le diera sonrisas. Que fuera su morfina, hasta el final.
ResponderEliminarun miau de melocotón para ti :)
A mi tambien me dejas sin palabras, hermosa tristeza, por amor se resiste todo lo que suceda, aunque pasen cosas como la que con tan buenas palabras describes, un besazo.
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