1.5.09

Todos los días la misma rutina. El mismo número de estaciones en metro, viendo las caras de siempre y otras nuevas. Sentada en el mismo asiento, con el mismo libro desgastado, de título francés, en la mano. Daba igual el tiempo que hiciera, todos los días a la misma hora estaba allí. Bajo los fluorescentes, el reflejo en la ventanilla de su pálida piel y su aspecto triste parecía más el de un fantasma que el de un humano. La gente la miraba, pero no la veía. Y cuando llegaba a la estación en la que se bajaba, caminaba despacio, sumida en sus pensamientos. Andaba sola por las calles, con la mirada baja, mientras el viento la despeinaba y movía su falda, hasta que llegaba a ese sitio. Poca gente pasaba por aquel lugar, ella se quedaba de pie al lado del mismo árbol todos los días, mirando hacia la carretera desierta. Cuando pasaba alguien, se preguntaba qué hacía allí, pero a los dos segundos la olvidaban. Se quedaba junto a aquel árbol varias horas, abrazándose el cuerpo, como si estuviera esperando a alguien que de verdad le importa. Pero como si supiera que ese alguien no iba a aparecer.

2 comentarios:

  1. Me gusta ¿eh?
    A veces está bien esperar aunque las cosas no lleguen, porque en las esperas se aprende mucho, y a veces mucho más que cuando finalmente conseguimos lo que buscabamos.

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