9.12.09

En el minibar de los hoteles de lujo de París siempre hay una botella de champán

Llegó con una gabardina beige que le llegaba hasta las rodillas y unos tacones que hacían levantar las miradas de todos al oírlos chocar contra el suelo de mármol, que luego se perdían en sus espectaculares piernas. Tenía unos cuarenta y tantos, pero no los aparentaba, y cuando llegó a la recepción y se quitó el gorro de lluvia, dejó caer una larguísima melena dorada. Había reservado esas misma mañana y exigió una de las mejores suites del hotel. La que le dieron recibió su aprobación; estaba en el último piso, decorada al estilo clásico, y desde el ventanal se veía todo París, tenía un saloncito con un par de sofás y una mesa de café sobre la que había un enorme ramo de tulipanes, que no ponían en las habitaciones de cualquier huésped. Una puerta doble que casi llegaba hasta el techo daba a otra sala, donde estaba la gigantesca cama con dosel. Ella, sonriendo al verla, se sentó en una esquina de ésta y abrió su bolso para dar una propina al botones que la había acompañado.
–¿Se va a quedar mucho en el hotel?– le preguntó él, intentando quedarse algo más de tiempo con ella.
–Sólo esta noche, tengo una reunión con un cliente muy importante. ¿Le importaría traerme un té y unos bombones, por favor?
–Por supuesto.
Salió de la habitación mientras ella colgaba la gabardina en el armario; se acercó al espejo y se bajó la cremallera del vestido, dejándolo caer al suelo. Tenía casi mejor cuerpo que cuando tenía veinte años, cualquier actriz que fuera la imagen de alguna marca de cosméticos la habría envidiado.
Justo cuando empezaba a abrir la maleta, oyó que llamaban a la puerta, sacó una americana que había sido del último hombre con el que salió y se la puso rápido, abrochándose tan sólo un botón. Esta vez era un camarero joven, que la saludó con una encantadora sonrisa torcida. De las que más le gustaban. Dejó la bandeja al lado de los tulipanes y, cuando se iba a ir, ella le ofreció un bombón, y a una mujer así era imposible negarse. Le preguntó su edad y cuánto tiempo llevaba trabajando en el hotel, él quiso saber su nombre y de dónde era, terminaron sacando la botella de champán del minibar y bebiéndosela entera, por no dejar lo poco que quedaba cuando decidieron no beber más.
Esa noche, ardieron las sábanas de la gigantesca cama con dosel de la suite 516 y buscaron durante dos horas a un camarero desaparecido en el hotel y la mujer de la gabardina y los tacones llegó tarde a la reunión con un cliente.

8 comentarios:

  1. Son cosas que suelen suceder cuando el champán hace efecto ojalá no lo despidan o no la volverá a ver :).
    Besitos!

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  2. Me gustan los personajes :).
    Ojalá no acabe ahí.

    Un beso!!

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  3. Me encanta el titulo, la entrada.. y... PARIS(L)
    y tu blog, que siempre te lo digo, ya es costumbre:D
    un besazo bego(L)

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  4. Y en un rincón de sus mentes siempre quedará el recuerdo de aquella noche de París, en la suite 516 :)

    ¡Un beso muy fuerte!

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  5. Paris y champán siempre han de ir de la mano :)

    Beso!

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  6. Yo hubiera preferido bourbon.


    miau
    con
    sonrisa
    grandota

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  7. Pasate por mi blog peqeña tengo un regalito para ti :)

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