17.4.09

Todas las mañanas, él la veía desde su ventana. Ella siempre hacía lo mismo: se asomaba para ver la calle y, pasado un rato, salía por la puerta de su casa con un cuaderno desgastado. Él quería saber quién era. Siempre le entraban ganas de esperarla una mañana en la puerta y acompañarla a donde fuera que iba siempre. O, por la noche, llamar a su timbre y preguntarla su nombre, O simplemente saludarla desde la ventana. Pero al final nunca se atrevía a hacerlo. Y pasaban los días y la seguía viendo, siempre haciendo lo mismo. Hasta que un día, se decidió a conocerla. Daba igual cómo, pero él tenía que saber quién era. Pero ese día, ella no apareció. Ni ninguno de los siguientes. Ya nadie se asomaba por la ventana ni salía con un cuaderno desgastado. Nadie.

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